Padre
Leías porque detrás del atril está la noche
y el árbol de la mañana no cesa de repetirse.
Páginas leídas con breve luz y en voz baja,
mientras la lección de las horas
era el sabor áspero de la vida ya vivida.
La lluvia podía afinarse y callar,
los anillos del agua relumbrar,
pero nada impedìa la visita de esa barca
que navega de noche y abreva en la ceniza.
Ahora soy yo quien acude a la cita,
y oye el crepitar del óxido en la ventana,
y ve el manzano rejuvenecer y durar,
mientras la vida llena -con agua nueva llena-
el océano donde te encuentras.
Todas las mañanas
Rafael Felipe Oteriño
Ediciones del Copista
domingo, 23 de enero de 2011
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